Manto de Reparación

Maite Izquierdo
Sala Gasco | Mayo–Julio 2025
Texto por Carolina Arévalo

La obra de Maite Izquierdo abraza el espacio, creando entornos táctiles y sensoriales que invitan a las personas a envolverse en una experiencia sinestésica, relacional en escala y profundamente cromática. A lo largo de más de veinte años de carrera, tanto en sus instalaciones de arte como en comisiones arquitectónicas, Izquierdo ha creado obras que interpelan inescapablemente al cuerpo. Desde la calle, un manto textil de múltiples colores se desborda de la vitrina, emitiendo una luz pulsante desde su interior. Al ingresar, las personas se adentran en una membrana que abraza y redefine la sala poniente: un paisaje que, de manera cuidadosa y blanda, aúna diversas cromías.

Luego de un proceso introspectivo con su propia corporalidad, exacerbado por el aislamiento y distanciamiento de todos los cuerpos durante la pandemia, presentó Corambre (2022), donde se dio cuenta de una necesidad efervescente y colectiva por tocar, pero también de una propia por reparar un tejido social rasgado, grupos de pertenencia fracturados e individualidades muchas veces disociadas. A través de la práctica textil —esta vez abierta a un quehacer colectivo— nace Manto de Reparación presentado en Sala Gasco, en el corazón de Santiago, donde una nueva obra colectiva, estructurada por el ensamblaje de distintas identidades y lugares de la ciudad, zurce vestigios textiles como medio de expresión, entrelazamiento y reparación del tejido social. Si bien esta metáfora ha sido evocada por diversos pensadores, aquí no alude al sistema de horizontalidades y verticalidades del tejido, sino como la unión orgánica de partes únicas en una piel que cicatriza. La máquina overlock une tejidos disímiles, dejando ir un excedente, de la misma forma en que las cicatrices unen tejidos rotos, soltando la piel muerta y reestructurando el nuevo cuerpo.

Izquierdo convocó a más de ciento setenta personas, en veinte grupos de alrededor de diez personas, por dos jornadas, a una práctica artística recíproca: por un lado, las personas colaboraban voluntariamente en la creación del manto, y por otro, la artista les enseñaba a coser con la máquina overlock. Al comienzo de la primera jornada, Izquierdo guiaba un pequeño ejercicio de meditación de conciencia corporal en silencio, para llevar la atención al presente e impulsar el ejercicio. Luego, invitaba a tocar una pila de prendas descartadas por el retail y a elegir una. En el contexto de ‘fast fashion’, y reconociendo el impacto de la industria de la moda en la crisis climática, parece importante señalar que las ropas son nuevas, pero tienen fallas —o heridas— que impiden su venta. Estas prendas fueron recuperadas por la fundación Banco de Ropa, que, entre otras acciones de recuperación, facilitó la materia prima que aquí encarna la obra. El acto de coser se convierte así en un gesto simbólico de reparación y resignificación.

La artista escribe:

Ser misteriosamente elegidos por un color.
Tener que cortar para que quepa otro.
Aprender a hilvanar con paciencia.
Confiar en un hilo frágil.
Tratar con reverencia los retazos, despojos, vestigios. Hoy se convierten en ofrenda.
Coser un manto que abrigue a otros.
Formar un cuerpo desde la diversidad.

Cuidadosamente, cada persona comenzaba a cortar la prenda desde la herida, separando su estructura —es decir, las costuras entre las piezas que la componen, los botones, las etiquetas, los cierres—,pero sin cortar la estructura misma: cortar y sostener. Este ejercicio de selección, disección y recomposición de las prendas opera en múltiples niveles. Las partes se desprenden y, al finalizar, queda una estructura despojada de su contenido. Aparte, el cuerpo de la prenda queda diseccionado en varios trozos de una misma tela. Haciendo metáfora de las estructuras personales que definen y circunscriben a cada persona, la artista invitaba a dejar ir la estructura del hábito, a colgarla en un gancho, como despojándose también de una individualidad limitante. El término hábito alude tanto a la vestimenta religiosa como a la rutina cotidiana, y se vuelve clave en esta exploración: despojarse de un hábito es también una forma de transformación.

En el ensamblaje colectivo de las piezas, todas las partes se disponían en el suelo para ser comprendidas, visualizando los cortes y los ensambles. Se tradujeron colectivamente indumentarias que vestían cuerpos tridimensionales a planos bidimensionales; deconstruir la unidad para relacionarla con otras. El proceso, entonces, es aprender deshaciendo: comentan las formas, los colores, las combinaciones, para comenzar a recomponer. ¿Qué parte elige cada persona para retener? ¿Qué parte es el corazón o centro? Las demás piezas se repartieron en ejercicios recíprocos mediados por la artista: un dar y recibir del grupo. Cada persona recompuso a partir de la parte que guardó, uniéndola con retazos de las otras personas, hilvanando así todas las partes recibidas. Se compone un manto propio.

La obra permite relaciones horizontales entre las personas, a partir de una práctica no definida que posibilita experiencias sensibles de múltiples maneras: a través del tacto, del color, de los sonidos y de la palabra. Hay algo sinérgico en estar en presencia de otras personas; la práctica artística en grupos de mujeres facilita el diálogo y revitaliza la memoria. Ofrece la posibilidad de interacciones transformadoras, mezcladas con interacciones más simples y cotidianas.

En la segunda jornada, Izquierdo guía una meditación en movimiento: un ejercicio corporal dinámico donde propone reconocer la pulsión del cuerpo en ese momento y en ese lugar. Se abre la conversación hacia los procesos de reparación, traducidos en la costura roja como cicatriz. La artista explica conocimientos técnicos sobre la utilización de la máquina overlock y luego comienza la práctica. El ruido dicta un trabajo conjunto pero personal. Cada persona cose su propio manto. El ritmo de las máquinas se torna ensordecedor. Luego, cada manto se une al otro sucesivamente, hilvanando entre todos uno común. Lo estiran y contemplan el trabajo realizado: un todo formado por un número definido de colores que genera un ritmo, una constelación, una relación cromática. Comparten, agradecen y se despiden.

La artista guió veinte talleres para luego unir cada uno de estos mantos únicos. Diferentes materias reaccionan de manera distinta a la estructura; Izquierdo se sorprende de la fluidez con que van encajando concavidades y elasticidades mientras articula un universo extenso que, a la vez, es cuerpo en el espacio. Finalmente, cose cincuenta y seis metros de borde rojo para sostener la multiplicidad de pesos y texturalidades y así cerrar esta inmensa y versátil obra que dialoga y se adhiere a la sala. 

Manto de Reparación aloja en su interior Recuento Textil, una instalación de nueve canales que exponen, en ritmos propios y simultáneos, escenas de distintos momentos en la creación colectiva del textil, registradas por Victoria Jensen. Los videos son fragmentos de un archivo que se recrea y resignifica infinitamente por la diversa duración de cada unicidad. Desde la mirada del textil, por medio de la yuxtaposición de manos, hilos, colores y ensamblajes, se acoplan en encajes de ritmos y continuidad como otro organismo.

En la sala oriente, la serie de obras Estructuras se posan como cuerpos situados que interactúan con la espacialidad y la luz natural del lugar. Cuelgan inmóviles sobre siete ganchos que recuerdan los del matadero —y con ello, la obra homónima que diez años antes la artista había creado en barrio Franklin—, pero ahora circunscriben el volumen de un cuerpo esbozado por las líneas de muchos otros. Las estructuras contienen sólo vacío, pero en su superposición, transparentes y lánguidas, se van acumulando y haciendo carne, humanizando y reconfigurando la serialidad en reordenamientos de color. Hay una relación personal con la presencia física de la obra, dada por cierta cualidad antropomórfica que, simultáneamente, hace a quien se enfrenta a ella consciente del espacio.

En el muro adyacente se encuentran, Hilachas I e Hilachas II, son obras bidimensionales que reúnen como arqueología los hilos restantes del proceso; son huellas o evidencias del color como vector insistente en la práctica de Izquierdo. Por último, Cordón cuelga del cielo y amalgama los excedentes de las cicatrices del gran manto. El título es descriptivo y recuerda la línea inicial que articula y sostiene el cuerpo de obra, haciendo contrapeso estructural a la columna que sostiene la sala.

El arte comunitario se refiere a prácticas artísticas que involucran a distintas personas, agentes y comunidades, dinamizando la interacción, el diálogo y experiencias estéticas relacionales, donde lo procesual define su contemporaneidad. Manto de Reparación se inserta en una genealogía de prácticas artísticas que cuestionan las jerarquías del arte tradicional y reivindican las prácticas categorizadas como femeninas y domésticas, como un acto político y afectivo. En la obra de Maite Izquierdo, la reparación no es solo material, sino también corporal, colectiva y simbólica. Se trata de una práctica que reconstruye lo fragmentado, pero sin borrar las cicatrices de su historia, permitiendo que la memoria, el cuerpo y personas de una misma ciudad se encuentren en un nuevo entrelazamiento de posibilidades.

Resize text-+=