Corambre

Maite Izquierdo

Sala de Arte CCU, Santiago de Chile, Septiembre – Noviembre 2022

Elegida Mejor Exposición del Año por el Círculo de Críticos de Arte de Chile

El trabajo de Maite Izquierdo nace de atesorar y descomponer textiles que ya han tenido una vida, vestigios que permiten ser zurcidos, rajados, amarrados, remendados, para rearticular superficies y cuerpos que abrigan el espacio. En su obra hay una continua intención de extender la experiencia del cuerpo, una segunda piel compuesta de pliegues y gestos corpóreos que se articulan mediante colores y texturas.

corambre

def.:

nombre femenino

  1. Conjunto de cueros o pieles.
  2. Piel de algún animal, cosida, pegada y preparada para guardar o contener líquidos, especialmente vino o aceite.

“Corambre”, conjunto de cueros, es la presente exposición que propone ahondar en la exploración del cuerpo como primer hábitat, como ese dispositivo sensorial de nuestras experiencias a lo largo de la vida. Reflexiona sobre el cuerpo y sus extensiones como territorio habitado y soporte generativo. 

La existencia es contenida en el cuerpo que está en constante transformación; el tiempo transcurre registrándose en el cuerpo que cambia, llevando la cuenta de las experiencias vividas, de marcas, cicatrices y capas que se regeneran para sanar. Esta obra

registra y atesora esos residuos excedentes que deja el proceso de maduración. 

La piel es límite, primera capa receptora del mundo exterior

La serie Libros piel son textos que se permiten tocar, gatillando sensaciones y memorias. Cada libro táctil es abstracto, único y matérico independiente. Están formados con capas textiles que modelan cuerpos dispuestos, uno cerca del otro, invitando a abrirlos y a tocarlos. Enaguas, encajes, trozos de un vestido –algunas veces regalados, otras veces de la memorabilia de la artista– son cortados, reorganizados y zurcidos para formar una página. Las telas resignificadas, que alguna vez cubrieron un cuerpo, ahora componen un libro para ser tocado, leído por las manos.

“Atesoro materiales que ya han tenido una vida, los descompongo para luego reelaborar cuerpos que abrigan el espacio. Rescato vestigios que permiten ser zurcidos, rajados, amarrados, remendados. Busco transformar esta materia prima en una segunda piel, versátil, estridente y sugerente. Aunque la experimentación con las fibras es diversa y profusa, mi trabajo se asenta en composiciones de pliegues y texturas que se articulan mediante el color.”

Estos recorridos texturales evocan la arruga, la cicatriz, el hoyuelo en las mejillas al sonreír; también son memorias de caricias, abrazos, cuerpos en contacto que intentan reparar las heridas del aislamiento. La artista dice:  “La pandemia nos ha privado de abrazar, de sentirnos, de tocarnos; me gustaría que estos cuerpos textuales nos lleven a reconocer nuestras propias heridas y vivencias recorridas, para desde ahí sanar.”  

Las pieles de los libros permiten ser tocadas. El tocar da cuenta de la cercanía de un cuerpo con otro. En nuestra cultura, las personas desconocidas entre sí suelen mantener un metro o más de distancia entre ellas; cuando es traspasado ese límite, se instala la incomodidad. O bien, se abre un espacio para la instancia íntima. 

Luego de la piel, y hasta aproximadamente medio metro, cuando se aproximan los cuerpos y se tocan, hay sentimientos intensos y se puede experimentar desde ternura o excitación, hasta repulsión o violencia. Se percibe la temperatura del otro, a veces el olor o la textura de la piel.

En la serie Autorretratos (2019–2022) se devela sin pudor capas y relieves del rostro por reparar. Son velos que tapan y descubren los poros, las imperfecciones y la desnudez. No se pretende lozanía, sino más bien la exposición del transcurso del tiempo en la piel, de las cicatrices, de las heridas que experimenta el cuerpo como contenedor del ser. La propuesta pretende dar continuidad a  la fragmentación de la propia imagen y su análisis y reconstrucción desde diferentes perspectivas. Conceptos explorados también en Cabás (2021) y en obras anteriores como Relicarios (2020), Todas íbamos a ser reinas (2019) y Matadero (2015).

“Bordar para no decir, zurcir para rescatar la cicatriz. Coser los pliegues como cortinas translúcidas que dejan entrever una verdad. Se esconde un rostro que observa y calla. Silencio.”

En el libro “El cuerpo lleva la cuenta”, Bessel Van Der Kolk explica de qué manera las emociones impactan en el  cuerpo, y propone reactivar el sentido de sí mismo. Con el trauma, los fragmentos emocionales y sensoriales pierden correlación y orden, anulando el principio de causa y efecto, llevando reiteradamente a la fragmentación del cuerpo. La recalibración de los procesos demanda extraer la experiencia sensorial. 

Desde Matadero (2015), la artista investiga la piel y el cuerpo como materia, superficie transitable y territorio. Fragmenta y articula vestigios textiles para transformarlos en una piel dispuesta a modificarse. Hay una capacidad vinculativa, el tacto facilita una permeabilidad y conocimiento sensible de la obra, respondiendo a la necesidad humana de tocar y habitar corporalmente.

El cambio de piel de la serpiente

Ecdisis es el cambio de la piel que recubre el cuerpo. En algunos animales es tan abrupta que luego de botar la dermis exterior, la nueva piel queda vulnerable y expuesta, ya que la coraza toma tiempo en endurecerse. Las serpientes cambian la piel para reparar heridas y eliminar la dañada; así permite el crecimiento de una nueva piel. Se encuentra en un momento de riesgo, de vulnerabilidad, de fe; se frota, se rae con la áspera corteza de un árbol, de una piedra filosa, atraviesa el dolor para cambiar de piel, para crecer, para trascender. La bota, la suelta, la deja ir. Otros animales, como algunos arácnidos, se comen la propia piel. 

Despellejar:

1. tr. Quitar el pellejo, desollar. U. t. c. prnl.

2. tr. coloq. Criticar con crueldad a alguien.

En la serie Torsos, gestos toráxicos, ajuares y hábitos son despojados del cuerpo. Son esculturas textiles que evocan bustos, corsés y metamorfosis femeninas. Al suspenderse en las doradas superficies reflectantes, quien la enfrente, enfrenta su cuerpo a  la obra. El cambio de piel interpela al espectador al verse como busto del torso. 

Metamorfosis internas, excedentes de cicatrizaciones complejas que dejan excedentes poco saludables. Residuos de una regeneración táctil. Heridas cicatrizadas, ahora expuestas y re-lamidas. Corazas que abrazaron, hoy se caen como la piel intacta de una serpiente mayor. Un cambio de piel, un proceso de transformación, renacer, una constante búsqueda de cómo quiero volver a nacer. Va dejando huellas, excedente de cuerpo, cueros, escamas, y distintos fluidos absorbidos por un receptor. 

La serie de Paños son relaciones entre contenido y contenedor, donde cada pieza textil encuentra un receptor de su mancha. El paño limpia la sangre que se va. El textil contiene el color, que delata un pasado líquido pero ahora existe en el algodón que lo contiene junto algunos vestigios terrosos del pigmento terracota.

En Gestos Textiles, la serie de cerámicas de porcelana, la artista sumerge telas en la pasta, que al ser quemadas registran el comportamiento matérico. Son paños fosilizados en color piel. La rugosidad forma un pliegue orgánico, suave, recordando su uso humilde y discreto. En las cerámicas sin acabado, las luz absorbe blandamente la textura del paño y del barro, mientras que en la superficie lacada los haces de luz parecen rebotar. El cambio de estado de la materia propone una yuxtaposición ambivalente de su identidad lumínica. La materia al registrar el gesto se opone al mismo, pone en tensión el brillo frío y pulcro de la porcelana contra la opacidad blanda y cálida del textil.

Recuerdos que vuelven en verano

Conservar la uña recién cortada con forma de luna.

Lucir el collar de los dientes de leche de los hijos.

Enterrar el cordón umbilical bajo el rosal para la buena voz.

Cortar el merengue si estás menstruando.

Llorar alegre cuando se pica la cebolla.

Pinchar a la madre de la culebra en el insectario.

Saludar al litre. 

Peinar con vinagre los piojos. 

Sentir el sol con frío por el traje de baño mojado.

El videoarte Ecdisis, dota de ritmo propio a la luz y la imagen. Un dispositivo lumínico que marca un pulso, del lugar, como un faro, un código, un lenguaje, que se articula en memorias y sensaciones corporales. 

Sumergirse permite emerger 

Esta instalación es un universo de cuerpos textiles que se devela a través de la luz. Una capa tras otra sobrexponiéndose, revelando el tránsito vertiginoso de la oscuridad a la luz. 

Setenta y tres superficies negras, tejidas en sarga de algodón, fueron decoloradas en una praxis de saberes alquímicos domésticos, dripping y preciso manejo del tiempo. El negro es piel con vitiligio ámbar, cobre, dorado. El cloro es corrosivo, desintegra el tinte, por lo que pone en permanente riesgo la destrucción del tejido. Pero emerge la luz al desaparecer la oscuridad.  

Este universo contenido en superficies textiles tienen una inherente semejanza con las imágenes del espacio –en especial con las que la astronomía y el estudio colectivo del cosmos ha puesto en circulación recientemente con el telescopio espacial James Webb. Cada pieza se articula con el Todo, poniendo de manifiesto el principio de indivisibilidad. 

Reconocer el propio universo para integrarse al universo total

La artista extiende la experiencia corporal individual al Todo. Tanto en la Ecosofía como en las enseñanzas herméticas del antiguo Egipto, el Todo es inseparable, la relación con sus individualidades es indisoluble. Atisbar la totalidad permite reconocer la pequeñez, la humildad–del latín humus, tierra–; reconocer esa humanidad como parte indivisible del Todo por más pequeña que sea. 

“No hay luz sin sombra ni totalidad psíquica exenta de imperfecciones. Para que sea redonda, la vida no exige que seamos perfectos sino completos; y para ello se necesita la espina en la carne”, el sufrimiento de defectos, sin los cuales no hay proceso ni ascenso”.

En La Noche oscura del alma, San Juan De la Cruz, uno de los principales autores de la literatura mística española del siglo XVI, alude a la oscuridad para describir cierta fase de incertidumbre, confusión y miedo, que serían necesarias para luego trascender e iluminarse. Al aceptar la oscuridad, el caos se disuelve; las capas comienzan a desprenderse dando espacio para que emerja la luz. 

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