Juana Gómez invoca la complejidad de la vasta red de relaciones que sustenta la vida. En el intento de vislumbrar una comunicación y biodiversidad colaborativa, el cuerpo de obra presente abre un espacio para atisbar otras inteligencias, donde la artista también establece diálogos entre distintas materias y oficios. A su vez, cristaliza la belleza de lo impermanente; en la cordillera, el sonido del viento que avisa la lluvia, la comunicación sistémica y sinestésica de las comunidades integradas por seres vivos interrelacionados y el medio que habitan.
Hace tres soles que el fuego hizo arder el lugar donde la artista estaba trabajando a los pies de la cordillera. Dos bosques se quemaron pero una lluvia estruendosa apagó el incendio y los salvó. Recolectó la ceniza, tierras del bosque y palos. La ceniza se convirtió en fertilizante; es la evidencia de la muerte, pero recuerda que lo que queda se transforma en un acelerador de vida. La artista reconstruyó material cerámico para crear contenedores. Son cuerpos que contienen la reciprocidad de los ecosistemas. El cuenco es contendor, es útero de tierra. Llenarlas con agua es volver a formar una geología. La cooperación y la complicidad entre especies es una de las manifestaciones más profundas de la biodiversidad. La compleja red de relaciones ecológicas da cuenta de la interconexión de todo lo vivo, y de la interdependencia de los seres que habitamos este planeta. En medio de maneras de producir y pensar cada vez más divididas y fragmentadas, este cuerpo de obra reflexiona sobre la conexión y la empatía entre entidades humanas y no humanas.
La instalación de cerámicas evocan el sonido que va generando la lluvia cuando cae sobre las hojas, agitándolas unas con otras. El sonido hace presente el movimiento y las conexiones invisibles. Arriba, las campanitas van amplificando la vibración del agua. Abajo, contenedores de agua, de tierra, contendores de vida, contienen ese sonido acuoso.
La artista también recolectó semillas. La recolección de semillas ha sido una actividad humana desde tiempos inmemoriales, la primera revolución que permitió el enraizamiento de las comunidades en los territorios. Su recolección y conservación es un acto de cuidado de la vida en sí misma, donde se aloja el potencial para crecer y florecer, donde se reconoce la dependencia humana de la naturaleza y la necesidad de cuidarla. Las semillas contienen toda la información encriptada de su especie.
Una gota de agua que transcurre en el universo, difracta la luz del sol y las estrellas. Donna Haraway dice que todo componente puede interconectarse con otro a partir de la construcción de algún código capaz de procesar un lenguaje común. La autora se refiere a la simbiosis (del griego syn, ‘con’, y bio, ‘vida’) que significa literalmente ‘convivencia’. La vida en común de los organismos que comparten un hábitat o existencia y que evolucionan juntos a partir de los vínculos que establecen. Vínculos como los que crean los insectos con las flores, de las que se alimentan y cuya reproducción contribuyen, o como los que unen a los seres humanos con algunos vegetales y animales claves en la historia de la civilización. En el mundo andino es ayni, la convivencia en reciprocidad en toda la paccha, espaciotiempo indisolubles.
La obra bordada transfiere fotografías de patrones orgánicos de musgos, venas y otras estructuras de flujos a patrones de bordado. Hay una codificación universal de la imagen y los lenguajes son para compartir un bordado en el cual no haya impedimento para trabajar con otra persona. Es un código abierto que se encarna en tramas textiles y recuerda los surcos de la tierra, la tierra rajándose por el uso abusivo del suelo en la agricultura. Ríos, venas y raíces se ramifican en similares estructuras constructales. De manera similar, la estructura de los pulmones y bronquios maximiza la captación del oxígeno en un volumen muy reducido, permitiéndonos sobrevivir en ambientes de baja concentración de oxígeno. Hongos, musgos, bofedales crecen como colonias, como familias, no son individuos. A través de ejercicios colaborativos y simbióticos, las obras exhibidas proponen nuevos modos de sanar y recuperar membranas, pieles, algas y plantas.
Las plantas con la energía de la luz hacen fotosíntesis y son capaces de romper agua liberando protones y oxígeno. A diferencia de nosotros, que podemos estar mucho tiempo sin comer porque tenemos energía, pero no dejar de respirar, la fotosíntesis hace autónomas del sol a los seres vegetales al poder almacenar en su cuerpo el oxígeno. Tomás Egaña, Doctor en Biología Humana quien a colaborado con la artista, explica que hay razones evolutivas por las que no hacemos fotosíntesis, pero sostiene que esos desafíos tecnológicos hoy son menores; en su investigación sobre pieles fotosintéticas se preguntó cómo lograr que los humanos hagan fotosíntesis como las plantas. Si uno respirará con la luz, la noche representaría la pérdida de energía vital. Por otra parte, tendríamos que ser transparentes, lo que nos expondría a la luz, el calor y a los depredadores. Egaña observó la elisia chlorotica, un animal que parece hoja y que incorpora cloroplastos; así, con agua y luz es capaz de producir su propio oxígeno y comida. Este animal capaz de hacer fotosíntesis sienta la base para la terapia fotosintética que está desarrollando, donde busca oxigenar tejidos dañados a través de la generación de sistemas híbridos planta-animal. Por su parte, la artista borda esos musgos directamente sobre la imagen de la piel. La imagen no es un fin en sí mismo sino un medio de comunicación y enlazamiento. Gómez propone imaginar nuevas formas de cooperación y de vinculación entre nosotros, entre especies, así como con toda la naturaleza.
29 de junio al 29 de julio 2023 en galería NAC, Santiago Chile
Lunes a Viernes de 10 a 19 hrs, Sábado 11-14 hrs